Pichichus for export
Hace algo así como diez años tuve la inocente intención de traer a mi gato a vivir conmigo a Inglaterra. Por aquel entonces las leyes eran nefastas si el animalito provenía de un país que no perteneciera a la comunidad europea. Caso, obviamente, de mi adorado felino. Éramos poco menos que portadores de efectos letales que podrían alterar, enfermar, o en el peor de los casos aniquilar a toda la población animal del Reino Unido. En mi caso y para empeorar el panorama, “B” tiene un balín alojado en uno de sus muslos, varias heridas de guerra y un par de colmillos menos. Aún así en su juventud fue el donjuán del barrio y dueño de una serenata que opacaría al mismísimo Domingo. La única solución era meter al susodicho en centros veterinarios especializados al llegar a Reino Unido, y mantenerlo ahí encerrado en una minúscula jaulita durante seis meses para demostrar que no portaba ningún tipo de miseria. Habría que pensar que si el pobrecito sobrevivía a semejante