Y todavía te extraño
Hoy me preguntaron si extrañaba… A lo que yo me repregunto y contesto, si extraño… pero ¿qué? Un país podría definirse como una madre que sabe maternar a sus hijos. ¿Extraño a la madre que no sabe maternar? No lo sé. Extraño la sensación de sentirme protegida y querida, eso sí. Pero con la adultez llegan las certezas. No hay sentimientos que duren para siempre ni protecciones “bienintencionadas” que no nos corten las alas. Entonces me pregunto qué pasaría si un día dejo ir a todas esas ataduras simbólicas, psicológicas, educacionales, patriarles, como quieran llamarlas. Qué pasaría si me entrego de lleno a la aventura que emprendí hace once años y que todavía no me atrevo a disfrutar. ¿Cuál es el precio que debo pagar por conservar la insignia clavada en el pecho? Es el precio de emigrar, supongo. Aquí soy y debo ser siempre de donde provengo. Aquí me reconocen como tal, y debo flamear la banderita porque si no la flameo quedo a la deriva, entre dos barcos, sin salvavidas