Y todavía te extraño

Hoy me preguntaron si extrañaba… A lo que yo me repregunto y contesto, si extraño… pero ¿qué?

Un país podría definirse como una madre que sabe maternar a sus hijos.

¿Extraño a la madre que no sabe maternar? No lo sé.

Extraño la sensación de sentirme protegida y querida, eso sí. Pero con la adultez llegan las certezas. No hay sentimientos que duren para siempre ni protecciones “bienintencionadas” que no nos corten las alas.

Entonces me pregunto qué pasaría si un día dejo ir a todas esas ataduras simbólicas, psicológicas, educacionales, patriarles, como quieran llamarlas. Qué pasaría si me entrego de lleno a la aventura que emprendí hace once años y que todavía no me atrevo a disfrutar.

¿Cuál es el precio que debo pagar por conservar la insignia clavada en el pecho?
Es el precio de emigrar, supongo. Aquí soy y debo ser siempre de donde provengo. Aquí me reconocen como tal, y debo flamear la banderita porque si no la flameo quedo a la deriva, entre dos barcos, sin salvavidas ni chaleco. O más cerca del chaleco, pero del otro.
Las circunstancias que dejé hace once años ya no existen. Hay amigos y familiares que ya no me hablan sin aparentes motivos. O sí, ellos sabrán.

¿Tengo yo derecho a reclamar afecto estando tan lejos? Yo creo que sí, porque en mí no se acabó la fuente y les guardo el mismo cariño, incluso más. Pero como me dijo otra amiga y que a su vez se lo dijo su psicóloga, no todos ven la realidad de la misma forma y es por eso que no podemos obligarlos a ver de nuestra manera. O sea que después de tamaño enunciado yo digo ¿es mejor el laissez faire?. Prefiero el que dice las épocas del todo vale no van conmigo. Emigré sí, pero no dejé de ser quien soy por vivir a diez mil kilómetros de distancia.
Emigrar es aprender a aceptar que el otro está lejos. Que el otro no va a estar siempre que lo necesite, aunque según mi propia experiencia hay muchos que tampoco estaban aunque vivan a pocas cuadras de distancia.

Conozco el mundo que dejé atrás, sus calles, sus esquinas, sus deseos, sus virtudes y defectos. Conozco sus amores y reproches, sus dolores, sus risas, sus esmeros por ser mejor. Pero la diferencia es que nadie conoce mi mundo nuevo.
¿Entonces qué extraño? ¿Un pasado que no fue? ¿un sueño que no se cumplió?

O principalmente una voz que no me supo contener y decirme que todo iba a estar bien.

Una promesa que no fue cumplida o la firmeza de lo que no quiero olvidar…



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