Navidad sin sudor

   Vuelvo a escuchar las mismas canciones todos los años. Y todos los años pienso –y siento- lo mismo. ¡Qué aburrido! Las mismas melodías inundan los negocios, los mercados, los shoppings… La vida diaria se transforma desde fines de noviembre e incluso antes. Aparecen por arte de magia en todos lados, y ya mi cabeza empieza a rezongar… Son tantos que es imposible recordar todos los nombres, pero las canciones son inconfundibles. ¿Saben ellos que aquí es Navidad? Este año me enamoro- pero de otro- y le doy todo mi amor- pero de otra manera- espero no equivocarme. Voy a viajar miles de kilómetros sólo para verte. O viajo para estar con mi familia y la nieve me lo impide. Rudolph y su nariz colorada, el muñeco de nieve que se derrite, pero en familia son algunas de las variantes.
   Infaltables son las transformaciones habituales de aquellos que odian la Navidad pero al final se hacen buenos. Sueño con una Navidad blanca.

Ideas, ideas que circulan y vuelven a circular como la calesita.
  Hace poco escuché una conversación donde un par de vendedores decían cual era su canción favorita de Navidad, y no se decidían entre White Christmas o Jingle Bells. En el fondo los envidio…
  Debe ser por eso que hoy cuando leí un mensaje de alguien que hacía referencia al olor de la Navidad en Argentina como una mezcla de asado con jazmines me dio una cosita interna que no puedo explicar. Puedo extrañar los jazmines, pero jamás imaginé extrañar el “perfume del asado”, sobre todo considerando que no como carne…

  Y es así como finalmente puedo entender que aunque la Navidad sea hermosa con nieve, con luces y con invierno, yo quisiera a veces tener mi Navidad de verano, ver a Papa Noel transpirado, comer turrón que se me pegue en los dientes y ensalada de frutas con vino.

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