La casa de mi abuela

Yo los veo desde afuera… Camino las mismas calles pero hay algo que ya no me pertenece. Tal vez cualquier otra persona que se muda de barrio tenga exactamente la misma sensación, pero presiento que la distancia y el temor al olvido de mi propia memoria acrecienta la magnitud...

Hoy seguí mis propios pasos de infancia, y casi de casualidad me encontré invitando a mi hija a recorrer las calles de cuando yo era chica... ¿Querés ver la casa de mi abuela? Le pregunté... Ella aceptó encantada, y hasta me pidió si podríamos entrar. No es posible, por lo menos hoy no...

Así juntas y de la mano, transitamos esas veredas que yo recorría casi a diario aunque no viviera en ese barrio. Pero es que el barrio de mi abuela me dice mucho más que mi propio barrio. Será que fui a la misma escuela a la que fue mi mamá de chica, lejos de mi propia casa.

Mis amigos no eran los de mi cuadra, ya en aquel entonces la distancia significaba algo para mi… Ramella, Chiclana, y por fin Constitución. La barranca, las mismas casas- ahora abandonadas-. El corazón me late agitado y agarro fuerte la manito de mi hija... Ella baja con entusiasmo los escalones de la enorme barranca, que a fin de cuentas era –y sigue siendo- bastante grande...

Y por fin la veo aparecer... Dos cortinas de enrollar de negocio, verdes, desteñidas, oxidadas y olvidadas que probablemente no vuelvan a subir jamás... Una puerta de madera - la misma- ahora agujereada y despintada batiéndose en un duelo a perder con su propio destino... Una cadena, varios candados... Y por entre los huecos de la madera se filtran los pedacitos de mi memoria de niña... Alcanzo a ver el gomero, el ciprés, el cedro azul que decoraban mi tía y mi abuela para navidad... el largo pasillo de baldosas donde jugábamos con mi hermana con agua y manguera en los veranos. Huelo el olor a patio mojado... Veo la ventanita desde donde miraba la calle, pero ya no hay nadie que me vea desde adentro... Crecen plantas en el techo. ¡Un hermoso plumero de las pampas! Toco el timbre y me acuerdo exactamente del ruidito, clic, clic. Ya no suena pero tengo su sonido en mi interior. Mi hija también quiere tocarlo. La subo...

Fueron apenas unos minutos, pero suficientes para transportarme en tiempo y espacio, para volver a sentir el cariño de cerca, para escuchar los ladridos de Kiper y Melú, o el silbido de Pedrito. ¿Estará la jaula? pregunta mi hija. Tal vez, digo yo...

Es que el tiempo se detuvo en la barranca... y hasta puedo ver...
- las manos de mi abuela haciéndome cuadritos con papel de caramelos media hora,
- los pañuelos de mi tía y sus enaguas con las que yo era una princesa corriendo por el fondo,
- las gallinas sueltas y algún gallo circunstancial que me corría por el patio para picarme, la quinta que no prosperaba,
- la higuera enorme de la que quedé colgada una tarde,
- la hamaca con una rueda de auto en el medio de la parra,
- la fuente que hice en un pocito -con cemento- para poder poner a la tortuga de agua,
- la tuna madre- que se secó hace años- y de la que milagrosamente conseguí unos brotes – pero esa es otra historia- y crece en dos de mis macetas al igual que el laurel que entraba en una lata de tomates y ahora mide veinte metros de alto,
- las tardes de cartas con mis tíos Nelly y Negro y mis dibujitos de la V con la P que seguramente mi tío me había enseñado,
- la vieja radio a pilas que escuchaban para dormirse,
- la música italiana de unos casettes viejos que sonaron hasta el hartazgo,
- el tango que nunca me animé a escuchar porque el tango era feo y para viejos, al igual que el bandoneón de mi tío que paradójicamente nunca tocaba en la casa pero si en bares de mala fama del barrio,
- el aroma de las pizzas y mi tíos diciendo que no les había salido “tan bien” mientras contabilizaban las burbujas que había leudado,
- los porotos de soja y los libros de yoga de mi adelantada, incomprendida y admirable tía que supo ver tantas cosas antes que los “modernos" de hoy las descubrieran,
- mis tés con hojas de malva que yo misma cortaba entre las plantas del fondo,
- los zapallos que “conseguíamos” con mis amigas de la primaria en quintas vecinas,
- la calle de tierra de la vuelta –paraíso si es que existía hasta que la asfaltaron,
- la zanja cuna de renacuajos donde íbamos a pescar con mi hermana,
- el olor a patio mojado del verano donde jugábamos con la manguera mientras regábamos las macetas y terminábamos bañando a todo aquel que se acercara,
- el club “Margarita” del cual yo era fundadora y presidenta –que mas?- y que se reunía firmemente una vez por mes a jugar en Santa Coloma – casa histórica a pocas cuadras de la casa de mi abuela donde pasó la noche el coronel Whitedrake en la segunda invasión inglesa antes de seguir marcha hacia Buenos Aires... Quien hubiera imaginado que mucho tiempo después yo terminaría viviendo en las tierras del coronel...

Miro desde afuera, pero vuelvo a sentir y a reverdecer... Encuentro y me encuentro. Le muestro a quien yo hoy mas quiero quien fui. Lo comparto porque me hace bien. ~

Indudablemente mi raíz ancló en esa barranca y en ese barrio, en esos besos y abrazos. Hoy desentierro un poquito de mi geocentro pero porque forma parte de lo que soy…de quien quiero seguir siendo todos los días...

Comments

  1. Lindísimos recuerdos ! Imperdible la foto del Topo Gigio !
    beso

    Luz

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  2. Gracias Luz, es la abuelita del Topo... Del Topo ya no quedan ni restos.

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